Un historiador cubano radicado en la Argentina analiza las protestas que sacudieron a Cuba en los últimos días, y que el gobierno de Miguel Díaz-Canel se niega a calificar como un “estallido social”. Los efectos del bloqueo y la falta de canales democráticos.

El 11 de julio del 2021 es ya una fecha inolvidable para la historia de Cuba y también, por qué no, del mundo. Como en las manifestaciones de Praga en 1968, o las que tuvieron como escenario la plaza de Tiananmen en China en 1989, el pasado domingo un número considerable de cubanos y cubanas salieron en varias ciudades de la isla al grito de “¡Libertad!“, “¡Abajo la dictadura!”, “¡No tenemos miedo!“, entre otras consignas, las que develaron el descontento y el hartazgo que padece gran parte del país desde hace tiempo. Tanto para el gobierno cubano como para el mundo, las protestas se dieron de manera imprevista, sin ningún atisbo de anticipación y, por su desarrollo, la convocatoria se fue dando a través de las redes sociales “sobre todo Facebook y WhatsApp-, lo que hizo que se extendiera por todo el país de forma rápida. Así, desde la ciudad de San Antonio de los Baños hasta la oriental Santiago de Cuba, las principales localidades se fueron sumando a los reclamos masivos reviviendo, tal pareciera, las épocas de lucha contra el dictador Gerardo Machado (1925-1933), o contra la sanguinaria represión que desató Fulgencio Batista en su último mandato (1952-1959).

Estallido. Sin embargo, cualquiera que haya estado siguiendo con atención la evolución de la situación económica y social de Cuba hubiese podido predecir un estallido social de estas características. Tanto la prensa extranjera como los posteos de los propios cubanos que comentaban su cotidianidad, se hacían eco -y lo siguen haciendo- del aumento del costo de vida en los últimos meses, por tener que hacer largas filas para comprar alimentos y productos básicos a precios desorbitantes, por la falta de medicamentos, los prolongados cortes de electricidad en medio del período más caluroso, todo ello unido a la fatiga y el hastío generado por la aplicación de medidas represivas, para nada efectivas, por parte del gobierno cubano en su “combate” contra el Covid-19.

¿Por qué sucedieron estas manifestaciones ahora y no antes? ¿Qué ha cambiado en Cuba para que sucediera un hecho de tal envergadura? ¿Qué pasará mañana? Las respuestas a dichas preguntas permiten la comprensión sobre lo ocurrido el pasado 11 de julio, además de ayudar a delinear una realidad tan compleja como la que vive el pueblo cubano desde hace décadas.

Ni legitimidad, ni monopolio de la información.  Sin lugar a dudas, la designación de Miguel Díaz-Canel Bermúdez como nuevo presidente de Cuba y sucesor de Raúl Castro en 2018, constituyó un golpe mortal a la ya deteriorada legitimidad que venía teniendo la Revolución. Como ha pasado en muchos procesos políticos, la dirigencia apostó erróneamente a la transferencia “natural” de la legitimidad de un líder a otro, de un “viejo líder“ a un “nuevo líder“, aplicando los mismos métodos autocráticos que se aplican desde 1959, mientras desoyó, absolutamente, el reclamo silencioso pero fuerte de una nueva sociedad que esperaba ansiosa sentirse parte, al menos por primera vez, de un proceso democrático.

Y es que la nueva sociedad cubana ya no es la misma que creyó en la solidaridad internacional yendo a Angola, por ejemplo, y mucho menos la que comulgó con la consiga “¡Patria o Muerte!“. Desde 1990 asistimos a un proceso de reconfiguración de actores sociales que ha estado dado por la aplicación de medidas económicas que solo han acrecentado las desigualdades sociales, han develado los privilegios de una casta política y, sobre todo, han puesto en evidencia el doble rasero del discurso revolucionario para con el enemigo histórico, Estados Unidos. Esto último ha sido más que evidente en la dolarización de los verdaderos espacios donde el pueblo accede a los productos básicos a través de la mal llamada “Tarea de Ordenamiento“, en medio de todas las dificultades económicas que vive, no solo Cuba sino el mundo, por el Covid.

Represión. Por su parte, la aplicación de medidas represivas por parte del Estado cubano ha sido la única respuesta a esas expresiones de descontento. Mediante la puesta en marcha de campañas de desprestigio a través de la prensa y la televisión nacional, lo cierto que es todo ciudadano cubano que esgrima cualquier criterio contrario al bloque rígido y monolítico de ideas de Revolución es considerado hoy día un “apátrida, gusano o pagado por el imperialismo”. Tal es el caso de un grupo de artistas noveles quienes, por sus pronunciamientos, tantos a través de sus obras como en las redes sociales, se han visto privados de su libertad, han sufrido asedios en sus viviendas, y en la actualidad algunos cumplen condenas en las cárceles cubanas por el simple hecho de pensar diferente. Convertidos en representantes indiscutibles de una parte de la sociedad civil, lo cierto es que, como muchos de estos artistas, quienes tienen miles de seguidores, las nuevas generaciones han encontrado, como único espacio de expresión no controlado por el aparto estatal, las redes sociales -Facebook e Instagram particularmente-, convirtiéndose dichos espacios en una vitrina de todo cuanto acontece en la isla, no solo a nivel de ideas, sino también en cuanto a las carencias materiales y al quehacer de las fuerzas del orden para con quien piense diferente.

Salida. La salida a la situación que hoy presenta Cuba no puede ser, jamás, la de acallar la libertad de expresión que por tanto tiempo se nos negó, mediante más represión, muerte y enfrentamientos entre cubanos. Como en la crisis migratoria de 1980, o los sucesos acontecidos en 1994 conocido como el “Maleconazo“, el actual presidente de Cuba erradamente instó a los “revolucionarios“ a que salieran a las calles a enfrentar a los que se manifiestan, declarándolos como “enemigos“, sin ofrecer ningún canal de diálogo y recrudeciendo la represión.

Si bien el vandalismo, y el saqueo de tiendas no es la solución, tampoco lo es el enfrentamiento entre quienes sufren las mismas carencias y atropellos a las libertades, y su única diferencia consiste en un uniforme o en una militancia ya sin relevancia.

Tampoco la solución está en la intervención de ninguna potencia foránea pues, aunque muchos de los actores protagónicos del pueblo enardecido hoy -los menos-, no lo puedan ver, la defensa de la libertad expresión también se extiende al resguardo de la soberanía como único espacio posible para una solución por el bien común. Eso sí: así como debe quedar claro que los efectos del bloqueo son una realidad que afecta el quehacer de Cuba, la falta de canales democráticos es el único camino de un pueblo que se ahoga.

*Alberto Consuegra – Doctor en Historia (Universidades de La Habana y Buenos Aires)

albertoconsuegra@yahoo.es

Fuente: Diario Perfil https://www.perfil.com/noticias/opinion/una-isla-que-ya-no-es-inerte.phtml